La muerte o la separación de alguien tan querido nunca termina de dragar en nosotros.
Gustavo Ogarrio
Lo intentó decir como si fuera una vigorosa profecía recién forjada en su cabeza, pero conforme salía de su boca se transformaba en esa arrogancia fría que le había dejado cierta soledad de piernas abiertas en el sofá, esto mientras preparaba en la cocina su invento de pizzas árabes: “la felicidad es esa nostalgia muda que no nos deja estar en paz con nuestras tristezas”.
Por momentos se llegó a recordar en otro año, en otro país de rocas pleistocenas a la orilla de un río helado, escuchando a lo lejos las canciones y las explosiones de los fuegos pirotécnicos con los que se recibía al nuevo año; o perdido en una comarca transatlántica en la que se ponían a la leña las butifarras de huevo o de manzana con curry y se conversaba y brindaba en una lengua dulce y acompasada, mientras en el bosque corrían animales macizos como pequeños extraterrestres a la luz de una luna que a veces era azul tibio y otras tantas casi mostaza. Podría hablarle de la vez que pasó ese añoso tránsito en una banca de la Plaza de San José junto a su amigo Raúl y la ciudad era entonces un espejo de maldiciones futuras, todavía no llegaban las tanquetas ni los rifles de alto calibre y la gente se moría arrullada por una paz ficticia.
Podría decirle algo más para ampliar su expiación sin crueldad, para ir a ella como se va a la muerte verdadera; pero prefirió callarse y simplemente volver a brindar para empujar a ciegas la llegada de otro maldito año. Sin embargo, al ver en los ojos de ella cómo la muerte del padre ya comenzaba a cavar en su alma, pensó que algún día le diría algo que ya no podría sorprenderle a él: “la muerte o la separación de alguien tan querido nunca termina de dragar en nosotros: comienza su otra existencia en el bosque de la memoria y desde ahí nos puede dar una dignidad trágica que nunca nos abandona... es la suma de algo que debería llamarse con toda propiedad la historia de un nosotros: un breve refugio en la tibieza absurda del infinito”.