Andrés hijo no es dirigente social, no ha encabezado causa política alguna, no fue ni siquiera líder estudiantil; es un junior de la política y llamarle “Andy” es quitarle el sello de la marca
Andy, you're a star
in nobody’s eyes,
in nobody’s eyes but mine
The Killers
Jorge A. Amaral
Sólo una cosita antes de empezar: el título de esta entrega no refleja lo que pienso, sólo que, mientras escribía, recordé esa canción y se me hizo cotorro ponerle así. Hace un mes, en el episodio de 11 de “La Moreniza”, el podcast que la dirigente nacional de Morena, Luisa María Alcalde, conduce en el canal de YouTube La 4TV, el segundo de los cuatro hijos de AMLO sentenció: “Yo me llamo Andrés Manuel López Beltrán y mi más grande orgullo es llamarme como el mejor presidente que ha tenido este país. El llamarme ‘Andy’ es demeritar eso, quitarme ese legado”. Y es que al secretario de Organización de Morena se le ha puesto ese mote no por cariño, sino como burla por parte de la oposición, la misma que apodó “Chocoflán” al menor de los hijos del expresidente.
Esa declaración en el podcast de Morena fue retomada por Carlos Loret de Mola, quien, muy a su estilo, se aventó toda una serie de disertaciones que rayan más en el onanismo mental y una delirante interpretación que en el análisis político. El amigo de Brozo afirmó en un artículo para El Universal que esas declaraciones de López Beltrán habían constituido un mensaje no sólo a la dirigente nacional del partido, sino a la misma presidenta, en el que básicamente ponía en claro que sólo su chicharrón truena, que él es el chido, el mandamás, el Elegido, el destinado, el predestinado, el recipiendario de todo lo que el lopezobradorismo simboliza y ostenta. “El que habla con el patriarca soy yo. Yo soy el heredero y soy el mensajero. Yo soy el legado. Por mi boca habla el líder. Y todos acatan”, escribió Loret de Mola en su artículo, diciendo que ese había sido el mensaje enviado por el hijo de AMLO.
La política sin simbolismo no es política, porque el simbolismo marca ideales, creencias, fidelidades, identidad. El perredismo nunca hubiera sido posible sin lo que simbolizaba Lázaro Cárdenas del Río, Donald Trump no sería presidente sin el movimiento MAGA (Make America Great Again), que adopta la Doctrina Monroe, la bandera confederada, la bandera Gadsden y demás símbolos de la ultraderecha. En el caso de México, aunque AMLO ya no esté en la vida pública, aunque la última vez que se le vio fue el 1 de junio en la elección judicial y vaya usted a saber cuándo vuelva a aparecer en público, simboliza al partido en el poder, una forma de pensar y ver la política, una manera de conducirse en el debate público y hasta un estilo de gobernar y legislar.
Por esa razón es normal que el hijo de AMLO quiera mantener vivo ese legado, que se empeñe en perpetuar la vigencia del lopezobradorismo, porque, además de estar orgulloso de su padre (algo bastante normal) y lo que construyó, el deseo de mantenerlo vigente radica en que él no ha construido nada por sí mismo, no ha tenido una carrera política ni en la función pública que lo respalden. Andrés Manuel López Beltrán quiere seguir en la vida pública, y en este momento lo único que tiene para mantenerse en un puesto de liderazgo es la herencia política de su padre, el legado, el nombre, la marca registrada. ¿Cuauhtémoc Cárdenas en los 80 hubiera tenido el mismo liderazgo sin el apellido de su padre? ¿Lázaro Cárdenas Batel hubiera llegado a la gubernatura tan fácil sin el nombre de su abuelo y el apellido de su estirpe? No, porque eso fue justo lo que les facilitó el camino en la política, lo que les granjeó el aprecio del pueblo. En el caso de Andrés hijo, él no es dirigente social, no ha encabezado causa política alguna, no fue ni siquiera líder estudiantil; es un junior de la política, y llamarle “Andy” es quitarle el sello de la marca.
Entonces, la interpretación de Loret de Mola: “el que habla con el patriarca soy yo. Yo soy el heredero y soy el mensajero. Yo soy el legado. Por mi boca habla el líder. Y todos acatan”, no es más que un delirio de opositor, una exageración para alentar a su público a esgrimir críticas hacia un personaje que, si bien en una posición privilegiada, a la hora de la hora ni fu ni fa, ni hiede ni apesta.
Y es que las plumas y los comentócratas de la oposición más rancia tienen ese defecto: ven moros con tranchetes, se mantienen al margen de los problemas realmente serios porque en esos sí tienen que documentarse y argumentar, así que mejor se concentran en tonterías de las que es fácil opinar. ¿No me cree? Vea Atypical Te Ve, el podcast de Carlos Alazraki y su pandilla que ya parece tener filiales en provincia porque en cada estado hay un grupo de opinólogos y periodistas haciendo exactamente lo mismo. Es como la señora Lilly Téllez, que ha hecho de la máxima tribuna del país un escenario en el que nunca propone nada, sólo sale a gritar estupideces. Así que usted no haga caso de los delirios de Loret, cuya credibilidad ha sido bastante cuestionable. ¿Recuerda cuando, antes de ser presidente, en el PRI y el PAN le llamaban “López” a AMLO para minimizar el impacto mediático del apellido y restarle influencia mediante la minimización de su nombre? En ese entonces, y siguiendo la misma tónica, los columnistas y comentócratas detractores del tabasqueño usaban el primer apellido para referirse a él, y es lo mismo ahora: esas plumas consagradas y esos excelsos líderes de opinión se referirán a López Beltrán como “Andy” para restarle importancia. Le apuesto una Coca Cola a que tengo toda la razón.
Pero bueno, al final, así como dicen que un pueblo tiene el gobierno que se merece, ese mismo pueblo tiene la oposición que se merece, y en cuanto a López Beltrán, falta ver qué tanto le sirve el apellido y cómo lo utiliza el día que quiera ser sometido al voto popular, porque necesitará el manto protector del lopezobradorismo ya que hasta ahora no ha dicho nada interesante y, como político, en cuanto a imagen (que a veces es determinante), el joven “AMLoBel” tiene el carisma y la chispa de un cenicero.
Si Adán fuera presidente
Hernán Bermúdez, quien fuera secretario de Seguridad y Protección Ciudadana de Tabasco durante el gobierno de Adán Augusto López, es un prófugo internacional. Resulta que el exfuncionario es señalado de haber encabezado al grupo criminal La Barredora, permitiendo que el crimen organizado se enquistara en ese estado.
La Barredora es un grupo delictivo local que, tras la irrupción de las cuatro letras, se dividió, entonces una parte está operando al servicio de la empresa jalisciense y la otra mitad opera por su cuenta, sumiendo a Tabasco en la narcoviolencia.
¿Recuerda usted que Adán Augusto López quería ser el candidato presidencial en las pasadas elecciones, siendo una de las llamadas “corcholatas”? ¿Cree usted que Hernán Bermúdez, habiendo sido hombre de confianza de Adán Augusto –al agrado de perpetuarse en el cargo durante la administración que siguió– no hubiera formado parte del gabinete de su exjefe si éste hubiera llegado a la Presidencia de México? Así nomás lo dejo.
No habrá ‘fiscala’
El gobierno del estado sigue empeñado en que la siguiente candidata de Morena, y no sólo eso, la siguiente titularidad del Poder Ejecutivo estatal, será mujer, así, por sus pistolas. Los personeros de la 4T que son afines al gobierno estatal insisten en que así debe ser, en que ya toca que al estado lo gobierne una mujer.
Está bien, no nos opongamos, no seamos retrógradas ni machistas ni conservadores. Pero que una mujer también sea la que quede al frente de la Fiscalía General del Estado, que seguramente habrá muchas abogadas brillantes con las credenciales y la preparación necesarias para encabezar una dependencia tan importante. Que sea una mujer y no Carlos Torres Piña, con todo y que el experredista más célebre de Paracho ya tiene el respaldo hasta de los dueños del PRI estatal.
Lo que no entiendo es por qué ahora se empeñan en que una mujer sea gobernadora. Y no me vengan con ese cuento de que “ay, manito, pues es de que como ya tenemos presidenta, pues vamos por la gobernadora porque ya es tiempo de las mujeres”, porque sabemos que no es por ahí, tanto que la pregunta ni siquiera debería ser por qué se empeñan en que sea una gobernadora; lo que deberíamos preguntar es por qué se empeñan en que sea Fabiola Alanís.
Y no, no se vaya a interpretar esto como violencia política en razón de género, porque no hay tal, pero esta semana la presidenta del Congreso local retó a un senador de su mismo partido a un debate sobre asuntos de género, sólo porque el senador ve cómo, mediante la táctica de la mujer gobernadora sí o sí, le cierran el camino sólo porque él no es del grupo en el poder. Esto es hilarante porque la diputada le canta el tiro a un senador, pero afirma que es para evitar que se haga un circo lo que de por sí ya es vergonzoso: la evidente perredización de Morena. Es cuánto.