La excelencia de la política es esencial para enfrentar adversidades y dignificar la vida en común, según Hannah Arendt.
A pesar de su descrédito, la política es para la filósofa Hannah Arendt lo único que puede salvarnos, la capacidad más alta que los seres humanos tenemos para enfrentar la adversidad. Después de su profunda reflexión acerca de uno de los hechos más sombríos de la historia humana (el genocidio de la Alemania nazi denominado Shoa) la filósofa construye una de las reflexiones filosóficas más reconocidas e importantes para comprender la función imprescindible de la política. La tarea esencial de la actividad política, además de preservar la vida, es la habilidad propiamente humana de dotarla de sentido. Y, si el significado de la vida lo constituye la actividad política, es absolutamente necesario que su ejercicio no se limite a ser mera parodia ni un recurso ingenioso para obtener popularidad o adquirir riqueza.
El actual presidente de los Estados Unidos es un ejemplo claro del abandono de la política y la bajeza de sus actos el efecto natural de tal situación. Si los norteamericanos no hubieran abdicado de su potencial crítico para elegir a quien los represente, no sería presidente y el mundo entero les debería la dignificación de ese aporte. Desafortunadamente para ellos y para todos, Norteamérica ha pasado de ser un país líder económica y culturalmente para convertirse en una amenaza para la vida y la posibilidad de estabilidad a nivel mundial.
Como habitantes del mundo nuestra participación política es ineludible. Pero, a diferencia de los políticos profesionales cuya tarea depende de la promoción de su imagen, el mayor peso de nuestra función como electores consiste en saber discernir la auténtica política de la mera publicidad. También en México y en Michoacán abundan pretendidos “prohombres”, que se presentan a sí mismos como la llave mágica de la felicidad, haciendo uso de recursos demagógicos y efectistas como la vestimenta rara o el lenguaje florido. Recordemos a Vicente Fox –el ranchero “con botas” que llegó a la presidencia presumiendo un cambio que nunca realizó– o a Diego Fernández de Ceballos –el añejo pendenciero que quemó las boletas para legitimar un fraude electoral.
La mayor enseñanza que nos legó Hannah Arendt es la posibilidad de identificar a las personas que verdaderamente representan un enaltecimiento de la vida en común y distinguirlas de quienes sólo reproducen la anti-política. La propaganda no es más que política reducida a espectáculo, vaciada de sentido y carente del valor indispensable de la justicia, que caracteriza la actividad política real. Es necesario recordar que la facultad de juzgar la realidad es condición esencial para la vida en común. Identificar la conexión entre las palabras y las acciones que las sostienen es indispensable para cumplir con la responsabilidad política de elegir a quienes nos gobiernan. La obligación del electorado es juzgar para distinguir el bien del mal, la grandeza de la bajeza, la heroicidad de la crueldad.
En este sentido el discurso que enuncian los políticos es el inicio de la actividad política y este se complementa con lo que Arendt denomina la acción. No es suficiente con escuchar a quienes se autoglorifican sin explicar la forma en que resolverán los problemas que presentan, ni creer en los estafadores “populistas” que saben bien lo que la gente quiere escuchar, pero no piensan ni remotamente cumplir. La indignidad como la dignidad de nuestros gobernantes y políticos deriva efectos nocivos o edificantes para toda la sociedad, y en todos los niveles de participación política aparecen bufones, gamberros y estridentes como la senadora Lilly Téllez, Alejando Moreno (“Alito”, exgobernador de Campeche y presidente del PRI) o el presidente de Uruapan, Carlos Manzo (en el nivel local).
El perfil de personajes tan repudiables internacionalmente como Trump, Netanyahu, Bukele o Miley (los tres últimos: primer ministro de Israel y presidentes de El Salvador y la Argentina respectivamente) son indicativos de lo que en todas partes debemos evitar. El culto a la personalidad es característico de los líderes de cultos. Evitemos caer en las redes de sociópatas incultos o verdaderamente tontos que no tienen compás moral. Mantengamos a distancia de la política a quienes se creen geniales y desprecian a los demás por el hecho de tener principios morales. Esos líderes intimidantes son falsos, engañosos y peligrosos, porque abusan de la decencia de sus adversarios. El desafío de esos personajes a la moral tradicional es desconcertante. Su ruindad triunfa porque la gente que podría detenerlos no quiere bajar a su nivel; no es por ingenuidad de sus adversarios como han llegado al poder, más bien son sorprendidos en un afán por guardar las formas y un esfuerzo por mantener la corrección.
Es recurrente para esas figuras escalofriantes expresar un desprecio a la política (y con ello al diálogo) identificándola discursivamente con el sistema opresor. Pero no es la violencia, sino el diálogo, lo que puede salvarnos. Lo paradójico de quienes pretenden acabar con la violencia mediante la violencia nos lleva a preguntarnos: ¿por qué querríamos que nos gobernara alguien más violento, para combatir la inseguridad? Las nuevas caricaturas de Hitler también saben aprovechar la adversidad económica, como lo hizo el régimen nazi. Reconocen el descontento y ofrecen chivos expiatorios, recurriendo a los miedos más profundos de la sociedad (ejemplo: los judíos, las mujeres, los musulmanes, etc.). Pero sobre todo son malévolos y capaces de cualquier cosa para lograr su objetivo. La ultraderecha los acoge con infinito fervor, aunque ellos se glorifican como adalides de la libertad.
En política como en cualquier actividad siempre hay héroes y villanos. Pero en el campo de la política el efecto de los errores puede ser demoledor. Todos los personajes que hemos mencionado coinciden en sacar lo peor de sus espectadores, atacando a sus enemigos de forma visceral. Así construyen su identidad con falsos valores; lo que los mantiene en la ambigüedad villano-héroe y los vuelve cada vez más escandalosos en su maldad. Son la barbarie disfrazada de salvación. Se adelantan a sus posibles críticos: “van a decir que estoy ligado con delincuentes”, o: “lo que dicen de mí son fake news”.
Hannah Arendt definió la política como acción indisolublemente ligada al discurso. Simone Weil, otra gran filósofa, nos ayuda a definir el sentido de la política como amor a la justicia. Según ella la excelencia de la política consiste en hacer de ella un arte, el arte de lograr la justicia. Elevar el nivel de la política exige de nuestra participación. La actividad de los dirigentes no es nada sin los votantes que los elegimos y que tenemos la opción de rechazar lo contrario a lo que concebimos como superior. La experiencia con que nos ilustra la historia deberá ser la guía que nos permita clarificar nuestras acciones y nuestras decisiones.
El objetivo de las y los michoacanos, y de los mexicanos en general, no puede ser otro que dignificar nuestro entorno y elevar el nivel de la política, atendiendo al discurso y al comportamiento de quienes aspiren con seriedad a representar a la sociedad. Hagamos de la política un acto de excelencia y combatamos la indignidad. El mundo de nuestros descendientes nos lo agradecerá.