El 13 de junio de 1939 llegaron a México, en el barco Sinaia, cerca de 1600 hombres y mujeres que huían de España tras la guerra fratricida de 1936

Liliana David

El 13 de junio de 1939 llegaron a México, en el barco Sinaia, cerca de 1600 hombres y mujeres que huían de España tras la guerra fratricida de 1936. En aquel buque, conocido por ser el primero en el que oficialmente salió el gran grupo de intelectuales del exilio español, venía Adolfo Sánchez Vázquez, nacido en la provincia de Cádiz en 1915. El poeta y filósofo se convertiría años después en uno de los más grandes maestros en el país, pues, al rehacer su vida en el exilio y tener la oportunidad de convertirse en docente, formó a varias generaciones de pensadores críticos, entre quienes figuran Armando Bartra y Bolívar Echevarría. También, como él mismo confesó en vida, pasó por su aula el subcomandante Marcos, que en aquella época era un joven estudiante afín a las posturas del filósofo marxista francés Louis Althusser.

Para adentrarnos en la trayectoria del autor de Filosofía de la praxis, conversé con el profesor de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Adán Pando Moreno, quien en 1984 conoció personalmente al filósofo español. Veinte años después de aquella primera vez, se reencontró con él durante la presentación del libro Los manuscritos de 1844 de Marx, en la que participópor invitación de Roberto Briceño, entonces docente en la facultad de filosofía de la misma universidad. «Sánchez Vázquez había escrito Filosofía y economía en el joven Marx, en 1970 -me cuenta el profesor Pando-, pero la edición que presentábamos en Morelia era la revisión de aquel otro libro, una especie de reedición con cambios importantes. Gracias a Briceño y a su compañera Citlali, quienes me hicieron el gigantesco honor de invitarme a presentar esa obra, pude comentarle en aquella ocasión a Sánchez Vázquez que mi papá también había llegado en el mismo barco que él, en el Sinaia. Seguramente, esto fue lo que motivó que me escribiera en las páginas del libro una dedicatoria tan afectuosa. Él no tenía una personalidad particularmente efusiva. Era parco, pero cortés y amable, así que supongo que aquella anécdota le debió de parecer una significativa coincidencia.»

Sánchez Vázquez, un intelectual comprometido con los valores e ideales de la República española, por los que luchó con sus discursos, su poesía e incluso con las armas, llegó a su exilio mexicano con 24 años. Moriría en la Ciudad de México con 95. Aunque le habían dado la oportunidad de volver a España, nunca lo hizo. En su trayectoria académica, fue decisivo el fructífero periodo en que impartió clases de bachillerato en el Colegio de San Nicolás de Morelia, entre los años 1941 y 1943. Durante esa misma época, el poeta chileno Pablo Neruda visitó también la capital michoacana, y seguramente fue entonces cuando Adolfo Sánchez entabló una amistad con él. La poesía había sido uno de los grandes quehaceres del joven Adolfo Sánchez. Su libro de poemas El pulso ardiendo, que había compuesto en su juventud entre Málaga y Madrid, fue publicado en Morelia en 1942. En dicho título, que fue incluido en un volumen de su poesía, compilada bajo el nombre Poesía en vela, Sánchez Vázquez se pregunta a sí mismo: «y, ¿por qué en vela?». Él mismo aclara la respuesta: «Porque estos poemas fueron escritos en España, ya en vigilante y dramática espera en la tragedia colectiva de mi patria». Se refiere, claro está, a la guerra civil.

En su libro Una trayectoria intelectual comprometida, publicado a modo de reflexión autobiográfica, el filósofo hispano-mexicano cuenta que, durante los años 50, viviendo ya en el exilio mexicano, su vocación poética coincidió con el inicio de su carrera como filósofo, a la que se entregó hasta el último instante de su vida. Su trayectoria como pensador tuvo un antecedente importante en sus años de docencia en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo de la Universidad Michoacana. Al hablarme de ese precedente en la máxima casa de estudios del estado, por donde apenas dos años antes había pasado la gran María Zambrano, el profesor Adán Pando me comenta lo siguiente: «Su primera estancia fue de 1941 a 1943, mientras que la segunda ocurrió en 1962, cuando Elí de Gortari, marxista mexicano, lo invitó a ser profesor en esta universidad. Allí pasó unos tres años impartiendo cátedra, tras haber obtenido el doctorado. Probablemente, estuvo hasta 1966, momento en el que se desata todo el conflicto universitario de Morelia».

Hay, de hecho, con respecto a su doctorado, una anécdota que revela el carácter de Sánchez Vázquez, su lucidez y congruencia. El espíritu combativo del poeta y filósofo, aquel que lo hizo dedicarse por completo a «hacer la guerra», como consideraba que era su deber para preservar la España republicana, volvió a emerger durante la defensa de su tesis para graduarse como doctor en la UNAM. Aquel examen se prolongó durante cinco extenuantes horas. Aun así, el auditorio estaba ávido por escuchar a Sánchez Vázquez y se entusiasmaba al verlo rebatir las posturas del jurado que lo evaluaba, entre quienes se encontraban José Gaos, Elí de Gortari y Luis Villoro, por mencionar algunos. Sus aportaciones filosóficas, ya atisbadas en aquella ocasión, devinieron en un marxismo crítico, antidogmático, y fueron definitivas para el mundo de habla hispana, no sólo en México, sino también en el resto de Latinoamérica.

Su trayectoria, asegura el profesor Pando Moreno, lo coloca en un lugar de suma importancia y vigencia: «Aunque José Gaos -explica- tuvo una gran importancia como pedagogo y educador en México de muchas generaciones de humanistas, filósofos e historiadores, al igual que por su influencia en el grupo Hiperión o por su idea de filosofar en español; a pesar, incluso, de su importancia como pensador universal, Adolfo Sánchez Vázquez fue más conocido». Y es que para este poeta e intelectual hispano-mexicano, a diferencia de lo que pensó José Gaos, su maestro y amigo, su exilio no representó tanto un «transtierro» como un destierro, una especie de condena que se rompe, como él mismo llegó a creer, con el tiempo, puesto que «lo decisivo es ser fiel -aquí o allí- a aquello por lo que un día se fue arrojado al exilio […]. Lo decisivo -escribirá- no es estar -acá o allí- sino cómo se está». Este pensador y poeta estuvo comprometido, pues, con una filosofía práctica, la del día a día, que llevó más allá de la academia. Con esa convicción, llegó a ser reconocido como el primero de los marxistas anti dogmáticos que tuvo una gran repercusión en el pensamiento filosófico del mundo hispano.

Liliana David es Doctora en Filosofía por la UMSNH. En 2001, comenzó su trayectoria como periodista cultural en los principales diarios del estado (Provincia, Sol de Morelia y La Jornada Michoacán). Del 2006 al 2013, fue reportera de la sección de cultura en La Voz de Michoacán y, tras siete años de diarismo, inició sus estudios de posgrado en la Maestría en Filosofía de la Cultura de la UMSNH, participando en Congresos y Seminarios internacionales tanto en México como Argentina y España. Desde el 2021, colabora en larevista española Contexto (Ctxt) y en Diario Red. Ha publicado en el libro colectivo Ctxt, una utopía en marcha, editado bajo el sello de Escritos Contextatarios. Actualmente, tiene interés en la investigación de las relaciones entre la literatura y la filosofía, la identidad y la migración, así como en la divulgación del pensamiento a través del periodismo.