Más que debilidad, su decisión podría entenderse como una apuesta por la sobrevivencia de su pueblo.

Dante B. Martínez Vázquez

A más de 500 años de la llegada de los españoles, el último gobernante del imperio purépecha sigue siendo objeto de debate: ¿traición, estrategia o inevitable destino?

En el amplio entramado de la Conquista de México, el nombre de Tzintzicha Tangaxoan ocupa un lugar polémico. Último irécha del imperio tarasco, su figura ha sido muchas veces cuestionada por su decisión de no enfrentar militarmente a los conquistadores españoles. Pero tras esa elección, que ha sido juzgada como débil por algunos sectores de la historiografía, se esconde una realidad mucho más compleja, determinada por epidemias, traiciones internas, estrategias diplomáticas y la devastación que vivía el mundo indígena a partir de 1521.

Para comprender las decisiones de Tangaxoan, es necesario retroceder algunos años. Hacia 1520, el Imperio tarasco fue golpeado por la viruela, enfermedad llegada desde Tenochtitlán a través de los emisarios mexicas que buscaron el auxilio del señor tarasco Zuangua, quien murió poco tiempo después junto con gran parte de la élite política y militar. El súbito vacío de poder obligó a un joven Tzintzicha Tangaxoan (que en ese momento debió haber tenido entre 20 y 25 años) a asumir el mando en un momento de crisis sin precedentes.

Lejos de ser pasivo, Tzintzicha reaccionó con firmeza en sus primeros contactos con los españoles. Las expediciones de Antón Caicedo y Francisco Montaño recibieron amenazas por parte del joven gobernante, e incluso animales traídos por los europeos como un perro de guerra y varios puercos enviados como obsequio por Hernán Cortés, fueron sacrificados en señal de rechazo. Sin embargo, Cortés, experimentado estratega que sabía que sus fuerzas estaban disminuidas tras la conquista de Tenochtitlán, optó por no provocar un nuevo conflicto. En su lugar, envió a Cristóbal de Olid, hábil negociador, con la clara intención de evitar un nuevo baño de sangre, ya que a Cortés le antecedía la matanza del Templo Mayor perpetrada por Pedro Alvarado, hecho que desencadenó el conflicto bélico en Tenochtitlán.

Tangaxoan, por su parte, tampoco tenía asegurado el control del poder. Según relata la Relación de Michoacán, varios señores tarascos, como el cacique Timas, intentaron desestabilizar su mandato, al punto de sugerirle el suicidio. En ese contexto de inestabilidad interna y presión externa, se gestó una compleja alianza con los españoles. Muchos historiadores han visto este acuerdo como una anexión del imperio tarasco al dominio español, pero la evidencia sugiere que para Tangaxoan pudo haber significado simplemente un pacto de colaboración temporal.

La política de Cortés fue también psicológica. Durante su visita a Tenochtitlán, Tangaxoan pudo contemplar no solo las ruinas de la gran ciudad mexica, sino también a Cuauhtémoc, el último tlatoani, humillado y torturado. El mensaje era claro: resistirse significaba la aniquilación. A pesar de la enemistad entre mexicas y tarascos, el respeto entre pueblos existía, y presenciar el final de un enemigo tan poderoso debió causar un profundo impacto en el joven gobernante.

No obstante, esta polémica alianza logró algo fundamental: evitar una guerra devastadora para ambas partes. Mientras los mexicas fueron sistemáticamente exterminados, los purépechas conservaron cierto grado de autonomía inicial. Tzintzicha continuó gobernando durante ocho años más, hasta que fue asesinado por órdenes de Nuño de Guzmán en 1530. Lejos de significar el fin del conflicto, su muerte desató una serie de rebeliones y fracturas regionales que han sido poco estudiadas, pero que investigadores como Benedict Warren han comenzado a visibilizar, desmontando la idea de una pacífica incorporación tarasca al dominio español.

A la luz de los hechos, la figura de Tangaxoan se revela como la de un joven soberano atrapado entre fuerzas históricas imposibles de detener. Más que debilidad, su decisión podría entenderse como una apuesta por la sobrevivencia de su pueblo; una estrategia que, si bien imperfecta, evitó una guerra inmediata que hubiese desencadenado quizás el exterminio, pues su reino ya estaba siendo azotado por las epidemias. Replantear su papel no es justificar, sino entender: en la Conquista, no hubo decisiones fáciles, solo opciones difíciles en un mundo que colapsaba.

Dante Bernardo Martínez Vázquez, es licenciado en Arqueología por la ENAH, licenciado en Historia por la IEU y Maestro en Historia por la UMSNH. Ha trabajado con la Universidad de Arizona, la ENAH, el INAH y la UMSNH. Es miembro de Mechoacan Tarascorum.