Dublín, Irlanda, 24 de junio de 2024.- Sin duda el resultado electoral del pasado 2 de junio ha sido una histórica paliza para la oposición. No obstante, los grandes liderazgos de la alianza opositora han pasado página de forma bastante rápida (para fortuna de su propia paz mental). Por el contrario, probablemente los más afectados por la tremenda derrota de Xóchitl Gálvez fueron, sorprendentemente, aquellos liderazgos medios y entusiastas que apostaron fuertemente por esta candidatura y que decidieron ignorar la abrumadora mayoría de las encuestas que marcaban, a sólo 10 días de las elecciones, un inobjetable triunfo del oficialismo. Con el desamparo de sus líderes, es lastimoso observar cómo aún se encuentran digiriendo la derrota y cómo están buscando berrinchudamente culpables que expliquen lo sucedido.
El primero a culpar en la lista era Eduardo Verastegui, pero no han podido utilizarlo ante la magnitud del resultado. Luego, se intentó denunciar un fraude electoral que nadie se creyó, ni siquiera la todavía candidata que regresó inmediatamente al Senado. Finalmente, en un arranque de estupidez extrema, algunos sectores de la oposición han decidido culpar a los propios votantes.
Tenemos que detenernos un instante en este punto. La campaña de Xóchitl Gálvez intentó chantajear al electorado mexicano en varios momentos pregonando que quien no votara por su candidata se convertiría en un traidor a la patria y a la democracia. El resultado ya lo conocemos. No se puede esperar que los ciudadanos compren una propuesta política basándose en la culpabilidad del votante. Esta técnica, además de perversa, es una infestación “woke” y de carácter autoritaria, impropia para cualquier proyecto democrático. Culpar a la masa (como cualquier otra excusa) es simplemente una forma de evitar hacer una reflexión profunda que clarifique qué fue lo que falló, lo cual, dicho sea de paso, sólo beneficia a los dirigentes quienes evitan dar explicaciones.
La segunda cuestión a repensar es la pertinencia de la triple alianza opositora. Desde que el PAN y el PRD decidieron matrimoniarse durante el sexenio de Peña Nieto los fracasos electorales han sido constantes. Mientras el PAN sólo ha logrado mantener una parte de sus cotos históricos, para el PRD esta alianza ha significado su extinción. Igualmente, el PRI desde que se unió a este Frankenstein político a inicios del sexenio amloista ha cosechado sus mayores fracasos electorales y se encuentra al borde de la extinción.
Además de los pésimos resultados, y parte de la razón de ellos, nos encontramos ante la disolución de los principios políticos de la coalición. Especialmente evidente ha sido el cambio en Acción Nacional. Erróneamente se ha pensado que abrazar el progresismo estadounidense sería la clave del éxito, sin sopesar que el propio partido fue fundado bajo un espíritu totalmente contrario. Panistas y entusiastas de Xóchilt se dedicaron a denostar cualquier opción a su derecha porque sospechaban, justificadamente, que su candidatura se desfondaría si aparecía una opción por ese flanco. Si el PAN quiere sobrevivir necesita recuperar inmediatamente sus principios.
Y rescatar sus principios también significa volver sobre un tema que apenas fue tocado en campaña: la economía entendida como el bien material de los ciudadanos. Efectivamente, el miedo a convertirnos en una dictadura fue un gancho efectivo, pero se quedó corto. La mayoría de los mexicanos entiende que, finalmente, la política tiene como objetivo el propio bolsillo. Por eso, ante el discurso “democéntrico” de los aliancistas, AMLO y Claudia Sheinbaum apenas tuvieron que utilizar un par de clichés y aprovechar el buen estado de la macroeconomía mexicana para consolidar sus apoyos.
Esta advertencia es válida también para los nuevos movimientos de derechas que buscan consolidarse como partidos. Concentrarse exclusivamente en el debate moral o cultural es, de hecho, un triunfo del progresismo pues con este tópico han encubierto lo terriblemente mal que conducen la economía y el empobrecimiento continuo de la población. Esto no significa que se deba renunciar a la lucha moral, simplemente no debemos caer en el error “culturalcéntrico”.
Finalmente, tanto el PAN como los posibles nuevos partidos deberían recuperar la democracia partidista. Durante décadas la democracia interna fue una de las grandes insignias de Acción Nacional ante el autoritarismo oficial. También fue la forma en que el PAN pudo sobrevivir y mantenerse fresco durante dos generaciones sin apenas tener acceso a cargos públicos. Los beneficios de que los militantes puedan elegir tanto a los dirigentes internos como a los candidatos externos (con sus debidas prevenciones) son muchos, pero uno de los más importantes es que los liderazgos tienen que mantenerse actualizados, cercanos a la ciudadanía y con la experiencia necesaria para afrontar campañas y gobiernos.
Cuando los astros se alinearon; Trump, AMLO y las elecciones del 2018