El Derecho a la Ciudad

EL ESPACIO PÚBLICO COMO DISCURSO IDEOLÓGICO

Salvador García Espinosa

Todo gobernante ha buscado que se le recuerde a pesar del paso del tiempo, y el medio más efectivo ha sido la ejecución de obra pública. De esta forma anhelan que los habitantes de una ciudad no sólo recuerden, sino agradezcan por siempre a quien realizó tal o cual obra y así permanecer en la memoria. La realidad ha demostrado que, aun realizando obras no siempre es así, algunas de éstas permanecen, pero sus autores o ejecutores se olvidan y sólo queda en un dato los expertos, historiadores o cronistas; en ocasiones se destruyen o sustituyen por obras “más modernas” y en el peor de los casos permanecen, pero se resignifican por el imaginario colectivo en contra de los objetivos, de ahí la conocida frase “del tristemente célebre”.

Hoy en día, el acelerado proceso de transformaciones a que están sujetas las ciudades ha propiciado que las obras públicas se vean inmersas en una vorágine de inmediatez que a su vez las convierte en efímeras; así pues, su permanencia ya no se cuenta en siglos, en el mejor de los casos sobrepasan una o dos décadas, antes de ser sustituidas o simplemente destruidas.

En este contexto, el uso que se hace Espacio Público como parte esencial del discurso ideológico de la elite en el poder es muy evidente. Esta práctica no es nueva, la muestra más evidente la tenemos en el uso del muralismo mexicano para la construcción de un discurso nacionalista; las esculturas y nomenclatura de plazas y calles alusivos a personajes, héroes y referentes de la historia. 

Hoy centro la atención en las esculturas. En 1852 se instaló en una de las nueve glorietas de Paseo de la Reforma, una escultura diseñada por Manuel Tolsá en honor al rey español Carlos IV, montado en un caballo. El rechazo de la población hacia el monarca español propició que se refirieran a ella como “El Caballito”, para destacar que lo importante era el caballo y no el jinete. Aunque la escultura se retiró en 1973, las referencias a este lugar siguen siendo como “la glorieta del caballito”. Así de fuerte y sólido es el constructo del imaginario colectivo. 

En 2021, la entonces jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, anunció el retiro de la escultura en honor a Cristóbal Colón, de una de las glorietas de esta misma avenida Reforma, argumentando que se le daría mantenimiento y días después, en congruencia con un discurso neoindigenista que ha buscado expresiones para el reconocimiento de los pueblos indígenas, anunció la colocación, en ese mismo sitio, de la escultura de una cabeza olmeca en versión mujer de nombre “Tlalí”. 

La polémica que generó fue tal, que incluso colectivos feministas “tomaron” la glorieta para resignificarla como la Glorieta de las Mujeres que Luchan, e  instalaron un “antimonumento” en homenaje a las luchas de las mujeres. En un afán de evitar confrontaciones, el gobierno retiró su propuesta y propuso que ahora el sitio se denominara “Glorieta de Amajac” e instalar ahí una réplica de una figura prehispánica descubierta en Veracruz, que representa a una mujer de élite con influencia de las culturas huasteca y náhuatl. La escultura de “La Joven de Amajac” busca ahora insertarse como símbolo del discurso de la lucha feminista y contra los feminicidios. 

Obviamente que el proceso no es tan simple y sencillo; una cosa es la intensión de la autoridad y otro, muy distinto, cómo la sociedad asume e incorpora estos espacios o símbolos en su discurso colectivo. Lo efímero de las intervenciones gubernamentales parece estar intrínsicamente relacionado con la falta de conocimiento de la historia, pues cuando se violentan los procesos no se logra trascender en la memoria colectiva, no al menos en el sentido que el gobernante desea.

Un ejemplo de lo anterior es el reciente retiro, el mes pasado, de las esculturas de los revolucionarios Fidel Castro y  Ernesto Che Guevara, de un parque de la colonia Tabacalera, y que fueron instaladas hace apenas ocho años. Los pretextos pueden ser muchos, válidos o no, pero el fondo del asunto radica en la diferencia partidista e ideológica entre la alcaldesa de la anterior Delegación Cuauhtémoc y la actual jefa de Gobierno de la CDMX. Tal y como ocurrió con el caso de la escultura de Cristóbal Colón.

Los casos registrados no son exclusivos de la capital del país;  en 2007, una estatua de Vicente Fox  fue derribada en Veracruz por ciudadanos antes de su inauguración. En 2022, activistas purépechas derribaron el monumento de Los Constructores en Morelia, por considerar ofensivo que se mostrara el sometimiento de indígenas por un fraile.

Se debe comprender que, en el imaginario colectivo la imagen de la ciudad es un constructo simbólico que muchas de las veces es resultado de la asimilación de una realidad subjetiva, asociada a imaginarios y juicios que no son permanentes, por el contrario, su naturaleza es ser susceptible de modificaciones con el paso del tiempo. Así como un mismo individuo modifica su percepción en las diversas etapas de su vida, la ciudad se transforma, pero debe ser obligación de sus gobernantes acrecentar esa memoria colectiva. Lo más grave para una ciudad es que se ignore su memoria, sin evidencias de su historia se corre el riesgo de olvidar lo que somos.