Dedíqueles una tarde a Los Xochimilcas porque su discografía es vasta y muy variada como para quedarnos con un disco, aunque sea antológico
Jorge A. Amaral
Hace ya muchos años, en 1992 para ser precisos, el mundo era otro: ingenuamente se pensaba que la Guerra Fría había terminado (más de 30 años después de la caída del muro, la Guerra Fría sigue con la misma intensidad), los jóvenes de la época buscaban sus propias expresiones para salir del totalitarismo creativo. En México se venía de la crisis económica de los 80, del fraude electoral del 88, de la censura de la Secretaría de Gobernación a cualquier expresión políticamente incorrecta, subversiva o contestataria. El crimen organizado existía, pero desde Los Pinos se le mantenía a raya, pero a la vez contento pues los beneficios se repartían: desde cualquier madrina de la Judicial hasta el mismo presidente, todos alcanzaban. Se vivía el esplendor de las máximas priistas “a mí, aunque no me den, con que me pongan donde hay”, “entre más obras, más sobra”, “el que se mueve no sale en la foto” y “un político pobre es un pobre político”.
Frente a todo ello, los jóvenes músicos, sobre todo de rock, venían despertando de la censura que desde los años 70 vivió el rock nacional y que ya fue hasta casi el final de los 80 que los dejó crear, aunque casi siempre en la sombra del underground. Así surgieron grupos como La Maldita Vecindad y Los Hijos del quinto Patio o Caifanes; El Tri encabezaba, al menos de forma mediática porque había decenas de bandas, el rock urbano, herencia directa de músicos como Rockdrigo González. En los estados de la República también había propuestas, aunque pocas alcanzaron el estrellato. De entre esos músicos salió un grupo irreverente en su sonido, novedoso en su propuesta musical, con desparpajo visual pero musicalmente con la visión clara de hacia dónde querían ir: hacia la construcción de un rock que ya no fuera sólo hecho en México, sino netamente mexicano, con sonidos, temáticas y propuestas visuales cercanas al consciente colectivo. Aclaro, nunca ha sido de mis bandas favoritas, pero se les reconoce lo que significan. Me refiero a Café Tacuba.
Durante el boom de esos grupos de los 90, su servidor estaba inmerso en otros géneros, desde la música de tecnobandas (sí, bailé quebradita, aunque nunca tuve chaleco con barbitas) pasando por la música country y el tecno de esos años hasta el que siempre ha sido uno de mis mayores amores musicales, el rap. Quizá por eso nunca presté atención a Café Tacuba y toda esa oleada de “rock en tu idioma” (qué sonido tan violento) sino hasta años después, en los primeros dosmiles, cuando los amigos de entonces me recetaron a todas esas bandas. Ahí escuché con más calma a Café Tacuba y, a medida que avanzaba un disco MP3 regalado exprofeso y que luego perdí en alguna borrachera, cerré los ojos y a mi mente vino un acetato girando en el estéreo de la casa con un sonido que me hacía sentir cierta atmósfera que de momento no podía describir ni recordar de qué era el disco. En un momento determinado vino una epifanía y exclamé “¡no jodas, estos son como hijos de Los Xochimilcas!”. Algo similar leí años después de la pluma de maese José Agustín. Desde entonces Café Tacuba nunca me ha parecido tan genial, pero no me haga caso, sólo son mis prejuicios.
Y es que desde hace muchos, muchísimos años, es difícil hallar el hilo negro, la receta del agua tibia se volvió de dominio público desde hace décadas y, como dijera Fernando Delgadillo, todos estamos influenciados. Pero si hemos de hablar de innovadores y precursores en México, definitivamente tenemos que empezar por Los Xochimilcas, que no sólo fueron unos pioneros del performance musical, sino que también eran unos excelentes músicos, que hasta en el chachachá más guapachoso o en la cumbia más pegajosa dejan escuchar el jazz y el danzón que llevan como esencia. Escuche la exquisita “San Luis blues” y verá de lo que le hablo.
Recordemos un poco: en el año 1949, un grupo llamado Hot Boys, que venía cobrando notoriedad en carpas y centros nocturnos por su excelente interpretación del swing y el jazz, fue invitado a participar en la velada del 15 de septiembre en el Teatro Follies de Los Ángeles, California, para celebrar la independencia de México, pero con su frac y presentándose como Hot Boys no sonaban muy mexicanos, así que, a propuesta del empresario, se pusieron atuendos que imitaban la vestimenta indígena y se presentaron como Xochimilcas Boys. La presentación fue un éxito, entonces quitaron el “Boys” del nombre y quedaron como lo que fueron de ahí hasta la década de los 80: Los Xochimilcas.
A partir de ahí se crearon sus personajes y roles dentro de la banda, pero pese a la comicidad e irreverencia que los caracterizaba, su calidad como músicos y las fusiones que lograron sorprendieron a las audiencias, siendo hasta la fecha considerados vanguardistas y adelantados a su época.
Francisco Martín Armenta, un excelente trompetista; César Sosa, virtuoso pianista que tomó el acordeón como instrumento, dando ese sonido distintivo al grupo; Antonio Caudillo, un baterista que en cada golpe de baqueta parece gritar “¡jazz!”, y el showman, Paco Gómez García, alias El Glostora (nombre del producto antecedente directo del gel para el cabello), en el contrabajo, un personaje que mostraba amaneramiento para provocar a la audiencia de los machistas años 50, al grado de que era común que se bajara del escenario para sentarse en las piernas de aquel al que viera más incómodo, sólo para provocar.
Por otro lado, el uso del acordeón, que es uno de sus rasgos distintivos, fue un parteaguas en una época en que el instrumento no era muy popular en México, salvo en los estados fronterizos del norte. Con ese instrumento César Sosa mostraba su virtuosismo y, mientras tocaba complicadas melodías, parecía quedarse dormido. Pero además estaba Francisco Martín Armenta, que con su trompeta era la amalgama perfecta con el acordeón, logrando crear atmósferas sonoras que transportan al Nueva Orleans de principios del siglo XX o bien al Teatro Blanquita a escuchar un buen danzón, o que con una sola trompeta te hace sentir como si tuvieras frente a ti a toda la orquesta de Glenn Miller o a la de Pérez Prado. Si a ello le sumamos a El Glostora, músico también de gran versatilidad que sacaba las mejores notas al contrabajo sin importar qué género estuvieran tocando, y cerrando un círculo perfecto con Antonio Caudillo, preciso y contundente en las cumbias, el merengue, los danzones o el chachachá, pero vigoroso en el blues, el swing, el boogie-woogie y el rocanrol.
Pero también, por su indumentaria indemnizada, el maquillaje que Glostora usaba, las pelucas, la comicidad que imprimían a sus letras y presentaciones, haciendo de cada canción un performance, además de las fusiones de ritmos que lograron, se les puede considerar un antecedente de las bandas alternativas que fueron surgiendo décadas después y que hoy no son novedad, pero que hace 60 o 70 años se arriesgaban al más rotundo de los fracasos si no se ajustaban a un molde, en una época, como la de oro del cine mexicano, en la que debías ser charro o citadino de traje si querías hacer algo en cine o en la radio. Como ejemplo, hay que recordar que, en sus inicios, Tony Aguilar quería triunfar con los boleros, las arias de ópera y las canciones de María Grever (por ahí anda un disco suyo con orquesta y es una delicia) y Javier Luquín quería triunfar en el tango (su disco con orquesta es bellísimo), pero ambos tuvieron que ponerse traje de charro y cambiar sus nombres a Antonio Aguilar y Javier Solís, respectivamente, para triunfar como charros.
En fin, dedíqueles una tarde a Los Xochimilcas porque su discografía es vasta y muy variada como para quedarnos con un disco, aunque sea antológico. Mientras los escucha, pida como bala un pulque para dos y reclínese en su asiento.
Otrosí
Por cierto, se anuncian millonarios recursos para el Lago de Pátzcuaro durante este año. Sería bueno saber cuándo le tocará al Lago de Cuitzeo. Quizá no sea turístico, quizá no represente gran derrama económica en Día de Muertos, pero hay muchas familias que viven del lago y toda una ribera que se ve afectada cuando se seca. ¿O es que Cuitzeo, Huandacaero, Santa Ana Maya, Zinapécuaro, Chucándiro y Copándaro no son “el alma de México”? Es cuánto.